
Yo sabía leer tu mirada
en aquella enredadera eterna,
que enredaba los tiempos y los silencios,
cuando palpitaba la noche al mismo compás
de los sentimientos.
Yo sabía leer tu mirada
y navegaba por tus ojos de agua cálida
cuando estaba perdida de momentos.
Yo sabía leer tu mirada
y me arropaba en tus pestañas
cuando el frío sin estrella
helaba hasta las entrañas.
Siempre supe leer tu mirada
cuando era palabra
cuando era certeza,
por eso aquella tarde leí
tu despedida en una lágrima.
Yo sabía leer tu mirada.
(A.A.M.) (c) 2011